miércoles, 24 de agosto de 2022

SURFACING

 




Salir a la superficie.

 

La superficie es la tabla de madera de una mesa, la superficie es la capa de hielo que te impide caer o escapar del agua helada.

La superficie es la tierra de mis plantas que no logro saber cuándo hay que regar (riéguese cuando la superficie esté seca o cuando, al tocarla con los dedos, no note humedad) pero cómo saber cuándo algo está húmedo o está seco si solo puedes tocar la superficie.

La superficie es lo que no está en el fondo.

La superficie es lo que ves y lo que arañas y lo que rayas y lo que pisas y lo que ensucias.

La superficie también es lo que ocultas con una alfombra, lo que barres y friegas, lo que lijas lo que pules.

sales a la superficie vives en la superficie

crees firmemente en la firmeza de las superficies por las que caminas y colocas tus cosas

¿o no?

Porque caes y ruedas y te haces daño

Porque te hundes y entonces la superficie queda mucho más allá de la superficie de lo alcanzable

Porque siempre andas buscando remedios para seguir

 

manteniéndote

 

a flote

martes, 9 de febrero de 2021

MI CALCETÍN DE OCHOS

 



Desde hace unos años me he aficionado a tejer. No sé realmente por qué se me ocurrió, de repente, rozando los cuarenta, que iba a ser una actividad entretenida. Alguna de mis abuelas tejía, puede que incluso las dos. Recuerdo agujas de tejer, recuerdo habérmelas metido debajo del brazo, puede que también recuerde una cesta de labores con ovillos y esas agujas alargadas clavadas en ellos, y también recuerdo a mis tías, o mis abuelas, previniéndome de que tuviera cuidado con las puntas. Recuerdo que cuando me escayolaron la pierna un verano, mi tía Jose me advirtió de lo peligroso que podía ser meter la aguja en el espacio entre la escayola y la piel para rascarme, porque podía hacerme una herida, y si se infectaba, podría morir. Mi madre también me advertía de que no jugase con sus ganchillos, que podían clavarse en los ojos. Porque mi madre no tejía, ella hacía ganchillo. De hecho, hace poco me regaló sus ganchillos antiguos, los guardo en mi propia caja de labores y los utilizo para recuperar mis puntos perdidos. Son de metal, alguno está un poco oxidado y tienen la numeración en inglés.

Yo tejo con agujas circulares porque son otros tiempos. Siempre lo son, a pesar de que, de una forma u otra, también sea lo mismo.

Ahora estoy tejiendo calcetines. Empecé los primeros hace tres años, pero ni siquiera los terminé. De hecho los deshice y he reutilizado su lana para hacerme un jersey este invierno.  Al principio no me gustó tejer calcetines. Me resultó difícil y cometía muchos errores, así que me desmotivé, pero hace unos meses volví a intentarlo. Tejí unos calcetines para mi hija. Un patrón con ochos. Como si no tuviera bastante con dominar los puntos en espera del talón y la magic loop. Todo fue muy bien hasta más o menos la mitad. Cuando casi estaba llegando a la solapa del talón, cometí un error. Miré el ocho con terror. No parecía un ocho. Había puntos del revés donde debiera haber del derecho y, además, faltaba un trocito de uno de los lazos. Cierto que era un trocito muy pequeño. Tan pequeño que, pensé, qué importancia podía tener. Lo miré y lo remiré. Guardé el calcetín a medio tejer y volví a sacarlo para mirarlo de nuevo. No es tan pequeño para que no se note. Es seguro que, si no lo deshago y vuelvo a tejerlo, no va a quedar perfecto. Aunque también puede pasar que, al deshacerlo, no sea capaz de rehacerlo con exactitud y quede la lana retorcida, imperfecta.

Volví a guardarlo de nuevo en la caja de labores.

Tras unos días pensando en ello, he decidido dejarlo así. Tampoco se nota tanto. Puede que la gente que lo observe de cerca, esa gente que es muy perfeccionista, incluso arrogantemente exigente, se dé cuenta y lo mire por encima del hombro de su propia perfección. Pero eso no me tiene que intimidar. El otro calcetín no tendrá ese error, así que de alguna manera se compensarán, y, además, podré distinguir el derecho del izquierdo. O simplemente no importa en absoluto que no esté perfecto. Es un calcetín hecho a mano, por mí misma, es mi calcetín.

domingo, 1 de noviembre de 2020

TARDE DE OTOÑO ESPERANDO EL AUTOBÚS

 




A veces siento que la maternidad me destruyó.
Nada, eso

Pero 
la mayor parte del tiempo
lo único que importa 
es...
tocarte es la punta de un ovillo que lo envuelve todo
creo que tu suavidad es resistida porque podría 
desarmar el mundo.

Marina Yuszczuk, Madre soltera

El niño lloraba desesperado mientras yo esperaba el autobús. Estaba el tiempo frío y desapacible, me había acercado al muro que hace esquina buscando un refugio contra el viento. La madre intentaba que el niño anduviera, estaban los dos en medio de la acera y el niño gritaba, pataleaba, la madre llevaba una coleta y un paraguas de Spiderman, el niño un uniforme de cuadros rojos y verdes. La madre intentaba averiguar qué le pasaba, por qué no quería andar, se agachaba para hablarle a su altura. Cuando les vi, al principio, pensé que ella no era su madre, que era alguien contratado que había ido a buscarle al colegio. Pero era evidente que era su madre, no por la forma en que él lloraba, sino por la forma en que ella resistía. Había algo en su forma de tirarle de la mano que llevaba implícito una rendición, el conocimiento anticipado de que tarde o temprano, ella iba a perder, aunque probablemente no en ese momento.

Mi autobús no llegaba y los dos seguían interpretando su particular tragedia de la media tarde. Los transeúntes pasaban a su lado y se sentían incómodos, molestos por ese drama del que no podían desentenderse, y que agredía profundamente la grisura de sus carreras hacia algún destino, interrumpidos sus pensamientos, injustamente testigos de algo que a ellos no les había pasado nunca ni les pasaría.

Entonces, cuando parecía que la tarde contenía el aliento a la espera de un hecho definitivo, la madre cogió al niño en volandas y se echó a andar. El niño se calló inmediatamente, apretó los brazos sobre la coleta de su madre, que se encaminó hacia una calle más allá, como si no hubiera pasado nada, como si ignorara que sus brazos habían sellado una grieta, acarreando a su hijo y el paraguas en la otra mano. En ese momento llegó mi autobús.

sábado, 17 de octubre de 2020

MÁSCARA



Cuando llegaron las máscaras empezamos a besarnos con nosotros mismos como nunca lo habíamos hecho. 

Nos besábamos a nosotros mismos por la mañana y por la tarde, bajando la basura y cogiendo las cacas del perro, en el baño del trabajo, en el ascensor, en las escaleras y en el bar y en el pasillo, en la tienda mientras nos probábamos un jersey, en el supermercado, y mientras nos hacían una revisión ginecológica.

Y los olores cobraron otra dimensión, los nuestros y los de otros, traspasaban la barrera azul o negra o blanca, y nos llegaban desvirtuados, impreso en ellos el plástico, el poliestireno, la saliva, la pasta de dientes, las minúsculas hebras de restos podridos escondidos en la catedral húmeda de la boca. Dientes, lengua, aliento.

Me autobeso por la mañana cuando la acritud de los sueños incuba humedad en la cúpula de mi máscara recién estrenada, me autobeso en el autobús ahogándome en vapores de café, casi puedo sentir cómo crecen, cómo me recorren la barbilla y los labios y la lengua, esos seres diminutos que, sin duda, han nacido en ese ambiente propicio y me parasitan y me comen y me producirán un incómodo acné. 

Me autobeso cuando acabo la jornada y acumulo en mi boca y en el espacio que la cubre un olor avaro, una náusea autofagocitada, el peso de los informes y los expedientes y las rutinas como vahos infernales con los que no me queda más remedio que convivir. (Excepto los sorbos de cerveza y los trozos de pincho de tortilla, y el rato que me la quito a escondidas, y cuando me estrecho con mis contactos  estrechos, aprendiendo palabras nuevas y nuevas costumbres y nuevos autoengaños como besos robados).

Hasta que llego a mi casa a la noche para separarme de mí misma, y como un dragón echo el fuego de mi interior, libre, peligroso, cargado de negros presagios, al aire privado de mi piso, y la arrojo a la hoguera de la basura o del cubo de la colada, como un sicario que mata al testigo que podría declarar contra quien le ha contratado.

domingo, 22 de marzo de 2020

Alarma IV


Si anudas el vientre de tu angustia
al reloj de las rutinas
verás que por mucho que intentes cumplirlas a rajatabla
y creas en ellas a pies juntillas
se hacen trizas en cuanto nacen 
porque el único ritmo que marcan ahora tus pulmones
es la improvisación
y el color con que pintamos es un color hecho de gotas al azar en el tubo de un fauvista 
esa mixtura señala el comienzo de la Nueva Era 
y la estridencia del canvas nos calmará 
y el ruido ensordecedor del silencio de las calles nos hablará una nueva lengua que entenderemos espontáneamente 
porque las sombras que nos acosan camufladas en patinetes eléctricos se han esfumado 
convertidas en jirones de vapor que recogen los repartidores y los policías y los sanitarios los encierran en cofres que cubren con cemento 
en praderas sin dueño ni vacas
en la coartada de los sueños por venir

viernes, 21 de febrero de 2020

44

Llega febrero e ignoro todo sobre el nacimiento de mis perros. Los perros no tienen partidas de nacimiento. Les echo tres o cuatro años pero no sé nada de sus padres ni sus madres, si fueron cachorros raquíticos, si alguien guarda sus cordones umbilicales. Al contrario, como si esto fuera un dato relevante, sé que yo nací un domingo a las 20 horas.
Mi padre escribió una entrada en su diario el día de mi nacimiento Ana María, un bebé precioso, una niña. Estaba ya en casa cuando lo hizo, de madrugada, al volver del hospital después de haberme conocido, escribió esa frase y algunos datos más, como la hora exacta en que vine al mundo y mi peso, se sirvió una copa y brindó. Vino a recogernos en su 127, que se averió. Salimos de la maternidad con aires democráticos; fui un feto sin derecho de reunión, pero el día que salí a la calle por primera vez, principios de marzo del 76, día templado en Pamplona, me encontré con una manifestación autorizada y un taller mecánico. Qué manifestaban y qué pasó después no lo sé con exactitud. Mi padre no siguió escribiendo el diario y sus páginas permanecen mudas. Ese marzo cumplió veintinueve años. 
En esas páginas amarillentas he encontrado una clave secreta para salvarme de mi edad reordenando el vacío y ocupando los huecos con material de derribo. 
Cruzo de nuevo todos los umbrales que crucé después del primero, sin miedo a cometer fraude ni perjurio. Mis manos son las mismas 44 años después, las mismas que escarbaron la tierra extranjera donde derramé el semen de mi juventud, las que trenzaron flores de azahar y palparon cuerpos que ahora son polvo y son huesos en la oscuridad del panteón. 

viernes, 14 de febrero de 2020

Ars erótica (Otro poema de amor)




Sí, has leído bien, no pretendo ser original, adoro la copia y el collage
(Si dejas de leer ahora mismo, no te lo reprocho; pon el punto final, yo lo haría sin dudarlo)
.

Porque… ¿qué puede aportar un poema más sobre el amor? ¿qué es el amor? 
¿Acaso el amor, como la poesía, eres tú, clavando tu pupila azul (o marrón) en la mía? 
Puede ser. O puede no ser.

Amo de igual forma a hombres y mujeres, así que tu género no te evitará la desgracia de mi amor.
Amo a mujeres morenas de enormes ojos negros que un día destruirán el mundo y que huelen a la magdalena de Proust pero también me gustan las rubias sobre todo si huelen a cerveza

Pero también amo a hombres, a hombres que se parezcan a Proust, que sean el mismo Proust, hombres que sean bonhomme de lettres, para jugar con ellos al esprit d´escalier, hombres que me citen en un cul de sac, cualquier cosa en francés, al que, por otra parte, soy muy aficionada, ya que es el idioma del arte moderno y de la liberté.

Si has llegado hasta aquí te felicito, porque no solo voy a hablar de mí.
Tienes suerte de ser persistente. Porque este poema de amor va a desvelar el gran secreto del amor, del amor fisiológico, del amor PROTOTIPO.

Ahí va.

El amor es un rayo láser que sale de la punta de los dedos y taladra y quema, y, si te toca de forma amorosa, puede matarte. Aunque por otro lado es una energía muy ahorradora, y casi siempre funciona en otro programa, mucho más inocuo.

El amor es un señor de gafas.
El amor es la niebla posada sobre un río cercano.
El amor es una peli de miedo coreana sin subtítulos.
Amar es el Bronx en los peores tiempos del Bronx.
La heroína y la penicilina.
Amor es imnosis y parálisis y te equivocas en uno y otro caso.
Amar es dirigirte a una pared a 150 kilómetros por hora y la pared resulta de acero o de papel maché indistintamente
El amor es mi amor cantando la canción de los boy scout japoneses.
Amar es mear en la pirámide del desierto porque quieres marcar tu territorio mientras clavas una bandera en la piel de la piedra, de la que mana sangre mientras tú te ríes.

Todo esto es, y probablemente alguna cosa más.

Añada Usted lo que crea conveniente, anyway. Hagamos juntos el amor.

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