domingo, 21 de febrero de 2016

Desorientados

Mientras trabajo por las mañanas dejo mi coche en un parking cerca de mi oficina. Tengo un bono mensual. Dejo el coche muy temprano, cuando los espacios están casi vacíos. Sólo al final de mi jornada me cruzo con los que usan las plazas por fracciones. Como yo tengo una tarjeta electrónica con mi nombre, cuando salgo del ascensor enfilo directamente hacia mi coche. Cada cierto tiempo, alguien me sigue. Me ha visto apretar el botón correcto, torcer por el pasillo sin dudar. Ve en mis pasos la decisión de quien sabe a donde se dirige. Pero ellos tienen que validar el tiket. Yo aparco mi coche en el extremo opuesto a las cajas. Sé que se equivocan pero nunca me he decidido a corregirles. Veo cómo caminan tras de mí, a una distancia prudencial, y cómo se sorprenden al escuchar el pitido de apertura de mi coche. Yo me meto casi como si me fueran a robar. Cuando arranco y enfilo la salida esas personas siguen ahí, de pie, mirándome asombrados, defraudados. Alguno hace un ademán interrogante. Les veo por el retrovisor volviéndose, buscando alguna señal, un cartel que les oriente. Su indefensión e incompetencia me avergüenza, me irrita. Me gustaría bajar la ventanilla y gritarles, como si me hubieran mostrado sin pudor una parte deshonrosa de sí mismos, como si fueran personas indignas. Conduzco delante de ellos sin informarles, sin ayudarles, habiendo desaprovechado la oportunidad de ser amable, odiándoles a ellos y a mí misma.